LA HISTORIA EMPIEZA AQUÍ Y AHORA

“La historia empieza aquí y ahora” es un relato de ficción sobre adolescentes, que refleja el peligro de iniciar relaciones con desconocidos a través de los videojuegos. Estos son, a menudo, adultos malintencionados que se hacen pasar por quienes no son a través de lo que se conoce como grooming, una de las grandes amenazas de internet, junto con el ciberbullying y el sexting.

Por Angie B., para Sociograma.net, de BuddyTool

Camino del autobús, Ana iba sonriendo.  Se sonreía, al menos.  No estaba segura de si los demás lo notarían o no. Y mejor que no, porque estaba tan emocionada y nerviosa que estaba segura de que tenía cara de imbécil. Pero ojalá que todos los días se le pusiera esa cara…  Por fin se había decidido a dar el paso. ¡Hoy quedaba con Manuel para conocerse, tras casi dos meses hablando por internet! 

Todo había ido tan rápido que apenas se lo podía creer. En teoría llevaban ya un mes saliendo (un mes y dos días, para ser exactos).  Saliendo como se puede salir por internet, se entiende.  Diciéndose cosas, contándose su día a día…  Manuel era diferente.  Se notaba que era mayor y tenía otra madurez.  Los chicos de su clase eran lo peor.  Iban a lo que iban, y además los tenía ya muy vistos. 

Ya era hora de salir con un chico en serio, con el que hacer cosas y en el que poder confiar.

Con los de su entorno era imposible: como te enrollaras o “te dejaras hacer algo”, al día siguiente ya lo sabía todo el colegio y automáticamente eras una puta.

Pero eso no le pasaría con Manuel.  Él tenía ya 18 años, tres más que ella, y había pasado por eso mucho antes que ella.  Además, le daba confianza.  Era como si fuera capaz de leer sus pensamientos, ¡antes siquiera de que ella misma los pensara!  Nunca le había pasado algo así.  Por eso mismo tampoco quiso contárselo a nadie, ni siquiera a su mejor amiga.  Ni mucho menos a su hermano, que era un cotilla. ¡Ni a su  madre! Estaba amargada desde que se separó.  Seguro que le jodía mogollón que ella sí fuera capaz de tener una pareja estable y que no la engañara.  Le daba mucha pena, por supuesto; su padre no se había portado bien con ella porque la había puesto los cuernos y se había ido con otra.  Pero eso tampoco le daba derecho a estar controlándola todo el día. “Mucho cuidado con los chicos, ¿eh?  Que van a lo que van.  Si haces algo, o vas a hacer algo, prefiero que me lo digas y que tengamos una conversación”, le había dicho recientemente.  “O sea, ¿una conversación con tu madre sobre sexo?  ¿Estamos locos o qué?  Iba lista”.   Si te parece, le decía la verdad:  “Mamá, he quedado con mi novio, que se llama Manuel, y que he conocido por internet.  Nos queremos y lo vamos a hacer seguro; si no es hoy, será mañana.  Pero siento que lo necesito”.

Una cosa llevó a la otra y, de repente, empezaron a hablar todos los días.

Conoció a Manuel casi por casualidad, a través del chat del videojuego Pixel World.  Él le empezó a ayudar en la construcción de su mundo (¡sin conocerle de nada y así, de repente!), y le previno de un skammer que andaba siempre en ese servidor.  Una cosa llevó a la otra y, de repente, empezaron a hablar todos los días.  Al principio era sólo por las tardes, al volver de clase, pero pronto la cosa comenzó a ir a más, y sentía como si se necesitaran el uno al otro.  Él estaba siempre allí cada vez que ella se conectaba, esperándola ansioso.  Ese año había empezado la universidad a distancia, y por eso siempre estaba online, estudiando.  “Hola pequeña”, le saludaba al verla llegar, según veía su iconito encendido.  Ella le llamaba Manuel, Manu, y últimamente mi amor, desde que oficialmente estaban saliendo.

Decía que era moreno con ojos marrones. Nada que llamara mucho la atención en principio, pero por la foto que le había mandado después, se notaba que estaba buenísimo.  Tenía la cabeza un poco girada y no se le veía muy bien, pero el perfil de su nariz era impresionante.  Y en la foto de su avatar haciendo skate también se apreciaba que estaba muy bien: alto, un poco delgado pero fuerte, sin ser el típico cachas.  ¿Qué más podía pedir, si encima era súper dulce y cariñoso con ella?  “Cielo, me muero por verte en persona y por tocarte por fin, más allá de mis sueños”, le había dicho una vez. Cuando se ponía así, ella siempre respondía con el emoticono de ponerse roja. En general, no le gustaba mucho que se caldeara el ambiente porque prefería el romanticismo.  “Te quiero”, “Pienso en ti”, “Eres preciosa”…  Cosas así. 

Él le había confesado que no era virgen, y que lo había hecho con su novia anterior.  Lo habían dejado, no por malos rollos ni nada, sino porque ella se fue a estudiar fuera, y por tanto aquello era agua pasada.  Manuel sabía que ella sí era virgen, y además le había confesado que casi no tenía experiencia. Por eso sabía esperar y nunca la agobiaba.  Fue comprensivo cuando se negó a mandarle una foto suya, de buenas a primeras.  Y cuando lo hizo al final, semanas después, era una foto de lo más normal: una que se había sacado el verano anterior en Santander, con unos vaqueros rotos y su crock top gris.

Después de eso, Manuel había sugerido varias veces lo de la webcam.  Y finalmente fue una buena idea, porque servía para cortar un poco el hielo e irse conociendo y oír la voz del otro. Si no, menudo corte iba a ser el día que se encontraran de verdad. Gracias a eso ya se conocían mucho mejor, aunque él prefería chatear casi siempre. Parece que su ordenador tenía un problema con la webcam, y él la podía ver a ella, pero ella a él no. Le podía oír, eso sí.

Pero bueno, ya todo aquello eran cosas sin importancia. Su verdadera historia empezaba aquí y ahora.  Al bajar del autobús, enseguida llegaría a su casa con el navegador del móvil, porque estaba a cinco minutos andando.  Después, él la acercaría a su casa en coche.  Él ya la estaba esperando, con todo preparado.  “Yo te dejo la puerta abierta, y tú entras, ¿vale, pequeña? Estaré estudiando arriba, que tengo un examen, pero tú subes y ya está”.

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