El test rápido de la abuela

« El test rápido de la abuela» es un relato sobre acoso escolar ambientado en una navidad de pandemia

Por Patricia Peyró, para Sociograma.net, de BuddyTool

Cuando Alejandra se quiso dar cuenta de lo que estaba pasando, ya era demasiado tarde. Todo comenzó, al parecer, con pequeños rumores sobre su persona.  Cotilleos sobre que había cogido Covid y que era positiva, pero nada que pueda a sorprender a nadie.  Al fin y al cabo, es importante que uno sepa si está contagiado, para poder hacer así cuarentena y aislarse de los demás.  Por esta razón no tardó en contárselo a su mejor amiga en cuanto lo supo.  Y podía habérselo ahorrado, la verdad, porque al coincidir con las navidades nadie tenía ni por qué enterarse.  De saberlo, hubiera hecho cuarentena en familia y luego vuelto al colegio como si tal cosa.  Pero también pensó que cómo no se lo iba a contar su  amiga. 

—“María, que no te lo vas a creer, tía… ¡Que tengo Covid!”— le había confesado.

Y ella respondió con todo su apoyo: que si necesitaba algo que se lo dijera, que no se preocupara, que se iba a poner bien, que en realidad “a nosotros los jóvenes no nos pasa nada, es más a los viejos y a la gente mayor en general”.  Y ahí quedó la cosa.  Aquello fue el día 29 de diciembre.  A partir del día 2 de enero fue cuando ella descubrió el primero de los rumores.  Fue en Tik Tok, con unos comentarios de Lorena a uno de los vídeos de María.  Y a Lorena le siguieron algunas del grupo de sus mejores amigas.  Todas hablando en clave sobre una persona que estaba contagiada y que “imaginaban que ni se le ocurriera volver al colegio después de las vacaciones”. 

Extrañada, pero sospechando lo peor, le dio por mirar en el resto de las redes sociales que utilizada, básicamente  Instagram y Snapchat.  Allí descubrió, con estupor, que estaba en boca de todo el colegio, y que la ponían fina.  Desde “menuda asquerosa” a “pues mi madre dice que va a contactar con el director para evitar la entrada de personas como ella, pidiendo las PCR”.

Inmediatamente después, Alejandra llamó a María. Llevaban días sin hablarse, pero suponía que era por el lío de las fiestas y de la familia. No tanto porque hubiera salido a ningún sitio, porque con la pandemia casi nadie había viajado esas navidades.

—Oye, ¿qué era eso del vídeo de Tik Tok, de la “persona con Covid que no podía volver al colegio”?— le preguntó—. ¿Y todos esos comentarios de Instagram?

—Pues no sé.  Dímelo tú.

—¿Se lo has contado a la gente, o qué?

—No es que quisiera, pero surgió en una conversación con Lorena, y supongo que, a partir de ahí, se fue enterando todo el mundo—contestó—.  Pero en cualquier caso, como comprenderás, ¡lo tenías que contar! ¡Si te parece, no nos avisas a nadie!—añadió, soberbia.

Según hablaba con ella, Alejandra no daba crédito.  En primer lugar, en vez de contestar al FaceTime, le colgó y mandó un audio de WhatsApp, en plan seco, y dando a entender que de hablar nada.  Y así, entre audios y mensajes de texto, le puso al día de su nueva situación como la persona oficialmente apestada del colegio.

Después empezó a recibir algunos mensajes directos en Instagram y Tiktok y, sobre todo, WhatsApps de números desconocidos.  En algunos le decían simplemente que no volviera al colegio, pero en otros la insultaban e incluso amenazaban con pegarle una paliza si se le ocurría asomar por allí.  “A mí ni te acerques”. “¡Vacúnate!”. “Pírate ahí al Zendal ese de la Ayuso, tía!”   Cuando faltaban apenas ocho días para volver a clase, salvo que se cancelara por la pandemia, Alejandra no sabía qué hacer ni a quién culpar de su lamentable situación. Tampoco sabía si contárselo a sus padres. Bastante habían tenido ya con el ingreso de la abuela. 

Aquellas navidades infernales lo habían cambiado todo, empezando por la genial idea de su tío Javier de hacerse los test rápidos:

Nos hacemos todos un test rápido, y si damos negativo, cenamos todos juntos. Yo voy a buscar a la abuela, la hago el test también a ella y me la traigo para cenar aquí con ella

La idea no parecía mala en principio, y todos estuvieron de acuerdo en que era la mejor solución para poder juntarse toda la familia.  Tras varias semanas sin verse, ella misma necesitaba más que nunca estar con su abuela, abrazarla, y acariciar de nuevo su cara blandita de arrugas.

La cosa es que, en Nochebuena, después de cenar todos, y a eso ya de las doce de la noche, cuando estaban a punto de marcharse ya todos por el toque de queda a la una, a la tía Julia le dio por preguntar al tío, por pura casualidad.

—¿Y qué has hecho con el test de la abuela?

—Pues nada, en su casa está—contestó, sin darle importancia—.  O no, espera, que lo tengo ahí en el abrigo.

Cuando el tío Javier fue a por el test en plan jovial, claramente afectado por las copas que llevaba encima, se lo enseñó a la tía, y ella se puso a chillar.

—¡Pero Javier, que la prueba ha dado positivo!  ¿Es que no lo ves?

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